La era #MeeToo llegó para cambiar la forma en que nuestra cultura asume y reflexiona sobre el abuso sexual. Pero la nueva docuserie de Netflix, Jeffrey Epstein: Filthy Rich, está muy lejos de la concepción contemporánea sobre la violencia. Se trata de mezcla incómoda entre un evidente amarillismo y la búsqueda de la noticia espectáculo, que en mitad de una época que medita y profundiza sobre la agresión de una manera sensible, parece por completo fuera de lugar.
El movimiento #MeToo no fue solo una sacudida definitiva a la forma de enfrentarse al abuso sexual y a Jeffrey Epstein. También ha puesto en tela de juicio la interpretación de la violación y la culpa social atribuida la víctima; algo que hasta hace poco tiempo había sido parte de un agrio e interminable debate. No obstante, la iniciativa logró remover las bases de viejos y e incómodos prejuicios hasta llevar a un primer plano una inédita concepción sobre la violencia contra la mujer, el abuso y el acoso.
De modo, que el tono superficial e incluso amarillista de la nueva docuserie de Netflix Jeffrey Epstein: Filthy Rich, dirigida por Lisa Bryant, resulta desconcertante. A pesar de que la evidente intención del programa es llevar la investigación sobre los abusos cometidos por el magnate, al mismo nivel de visibilidad y de debate comprometido que logró el controversial Leaving Neverland, de Dan Reed.
A diferencia de documental de HBO, el de Bryant no logra rebasar la mera acumulación de datos sensacionalistas sobre lo que Epstein pudo hacer gracias al poder y dinero a su disposición. Poco a poco, lo que parece un recorrido cada vez más incómodo por la idea de una red de trata sexual en mitad de lo más selecto del mundo empresarial y político de EE.UU., se hace una especie de llamada inmediata y directa hacia el escándalo. Una manera fácil de crear una condición de espectáculo previsible y casi estrafalario acerca de los recursos que el magnate tuvo a su disposición para cometer un crimen de proporciones colosales
A pesar de las buenas intenciones de Bryant, los tres capítulos del programa no logran establecer un nexo entre la culpabilidad de Epstein y cómo el peso de su importancia pública y social, sostuvo y ocultó lo que, sin duda, era un secreto a voces.
De hecho, la directora parece incapaz de compaginar la ingente cantidad de datos de los que dispone— todos públicos, revelados y difundidos por diferentes publicaciones durante los últimos años — para llegar a una hipótesis concreta. El argumento avanza sin responder a la mayoría de las preguntas que plantea. Para el segundo episodio, la colección de entrevistas y el recorrido a través de la vida de Epstein no parecen ser lo suficientemente profundas como para evaluar con propiedad una propuesta complicada y dura de asimilar.
Pero la docuserie no está muy interesada en el análisis de una situación tan asombrosa como temible, por lo que dirige su foco en mirar a las víctimas como parte de una larga galería de horrores. En un tema tan delicado y lleno de aristas como la naturaleza de la violencia sexual y la forma en que se comprende en nuestra cultura, la ligereza de Bryant resulta preocupante. Y además cuestiona la esencia misma del proyecto que lleva entre manos.
El argumento de Jeffrey Epstein: Filthy Rich está más interesado en profundizar en los jugosos detalles sobre la vida del agresor y su capacidad para cometer delitos sexuales durante años, que en la forma como su comportamiento impactó en las víctimas. Más allá de eso, la docuserie no asume el riesgo de hacerse preguntas audaces con respecto al núcleo del caso: ¿quién protegió a Epstein? ¿Cómo se relaciona sus largos años de asedio con su relevancia política y financiera? Para Bryant no hay respuestas, o al menos no de interés para el sustrato de la propuesta que quiere mostrar.
La contradicción, claro está, afecta de manera directa la efectividad del programa: ¿hacia qué lado de la historia apunta la cámara de Bryant? ¿Reflexiona acerca de la forma cómo el multimillonario se convirtió en un depredador sexual metódico e impune? ¿A la forma en que tejió su red de violencia sexual? ¿A las víctimas atrapadas en las maquinaciones y manipulaciones de una situación cada vez más compleja?
Bryant no lo aclara y se dedica a mostrar de forma abstracta la noción sobre el abuso, reflexiona sobre el dinero, el poder de la política y, en menor medida, la noción de la agresión como una circunstancia que acaeció en medio de la posibilidad de transgredir la ley sin consecuencias. Las entrevistas a los diferentes rostros reconocibles del caso tienen un aire incompleto, muy poco exhaustivo y aunque las agredidas tienen la oportunidad de contar sus espeluznantes historias, resulta obvio que la directora carece de la habilidad suficiente como para profundizar sobre el modo y la forma en que las experiencias impactan en la audiencia.
Lo más curioso en la docuserie, es la gran cantidad de tiempo del que dispone para explayarse en varios de los temas más significativos del caso. Y aunque lo hace carece por completo de información nueva.
Resulta extraño pensar que Jeffrey Epstein: Filthy Rich solo repite sin mayores implicaciones datos, información y en algunos casos teorías sobre lo ocurrido. Es notoria la falta de investigación del equipo de producción y el hecho de que se encuentran mucho más deslumbrados por la cualidad de los datos, que por lo que puedan significar.
¿Evita Bryant una polémica directa? ¿Le resulta incómodo reflexionar en voz altas sobre las diferentes percepciones de lo ocurrido? Es difícil decirlo y mucho más encontrar un sentido real en medio de las escenas que muestran a Epstein de sus comienzos como un ambicioso corredor de bolsa en Bear Stearns a mediados de la década de los ’80 hasta convertirse en un magnate de notable influencia en la sociedad estadounidense. Pero ¿hacia dónde conduce ese recorrido? El argumento no lo aclara y pronto es evidente que el programa entero carece de dirección concreta.
En programa que sigue un caso tan complicado y lleno de todo tipo de extremos, hay momentos interesantes que la directora explota con mano hábil: uno de ellos, es la entrevista con el ex jefe de Epstein, Steven Hoffenberg, que desde 1995 le ha acusado de manera más o menos directa de una serie de actos de encubrimiento.
También incluye algunas insinuaciones poco claras de una relación sentimental y sexual de Epstein con el multimillonario Les Wexner. Pero lo hace de manera tan torpe, que la afirmación termina por convertirse en una simple especulación sin base. Incluso las entrevistas con Epstein no son otra cosa que provocaciones en cámara, lo cual podría resultar si la directora tuviera mucho más claro, el camino por el cual desea expresar las conclusiones a su mirada sobre el tema.
Al final, Jeffrey Epstein: Filthy Rich es una gran excusa para explorar un tema polémico y sin duda eso podría ser algo no del todo cuestionable si Bryant y su equipo tuviera una mayor contundencia o al menos, ideas más claras hacia dónde encaminar su propuesta.
Con su tono monótono y su desordenado trayecto hacia una conclusión ambigua, la docuserie pierde el pulso muy rápido, para no volver a recuperarlo de nuevo.