“Estamos haciendo nuestro mayor esfuerzo. Nos enfrentamos a un gigante invisible, que no sabes en qué momento te puede golpear. Yo amo la vida, amo a mi profesión y por eso estoy aquí. Lamentablemente, muchos lo ignoran o lo toman a juego. La mayor ayuda que podemos recibir el personal médico es que la gente se cuide quedándose en su casa”.
De esta manera levanta la voz Silvia Rosas Saucedo, una enfermera apasionada por su trabajo y que día a día se coloca su armadura para enfrentar a este “gigante invisible” que ha cobrado muchas vidas tanto en México, como en el mundo. A este gigante llamado coronavirus.
Nos enfrentamos a un ‘gigante invisible’ que no sabemos en qué momento te puede golpear”.
“Prácticamente estoy dentro de todo lo que está provocando, estoy dentro de todo lo que le está haciendo a las personas”, relata Silvia Rosas enfermera que labora en el Hospital General de Tijuana, Baja California, entidad que hasta la fecha registra 278 casos de COVID-19 y 20 defunciones siendo el tercer estado más afectado de la República Mexicana, solo detrás de la CDMX y el Estado de México.
Lo anterior hizo que Silvia y su familia tomaran una decisión. Una decisión muy difícil pues representaría alejarse de ellos para no ponerlos en peligro y, a la vez, mantenerse en la primera línea de defensa ante los embates del gigante. Silvia y sus seres queridos modificaron su camioneta para hacerla un cuarto móvil en el que ella pudiera dormir, cambiarse y comer fuera del Hospital General, sin la necesidad de volver a casa.
“El sacrificio más grande que yo he hecho es el ausentarme de mi familia, el estar lejos de ellos ya que ejercer mi profesión no es sacrificio, al contrario, es un gusto, es un honor ser enfermera”.
“Cuando nos empezaron a dar capacitaciones y hablar acerca del virus, de cómo hacía estragos en la comunidad nos dimos cuenta de la magnitud del problema que se venía encima, no era cualquier cosa. Fue en ese momento cuando hablé con mi esposo y le dije ‘¿sabes qué? Las cosas se van a poner difíciles, viene algo grande, algo fuerte para la salud de las personas y pues no quiero que ustedes vayan a resultar afectados porque voy a tener que estar ahí, porque es mi profesión y es lo que me gusta hacer, pero no significa que ustedes deban estar en riesgo. Con el apoyo de todos llegamos a esa conclusión, que lo ideal sería adaptar el vehículo para que yo pudiera estar allá, tal vez no de la manera más cómoda, pero sí en condiciones óptimas para que yo pudiera estar trabajando sin ponerlos en riesgo”.
Ellos me dieron algunos objetos personales para que los tuviera en la camioneta; puede ser algo burdo, pero esos pequeños detalles te alientan”.
A este nuevo cuartel donde Silvia Rosas trata de descansar, dormir y relajarse tras su batalla contra el gigante, se le quitaron los asientos para meter un colchón improvisado, cobijas, almohadas y lo más importante: objetos de sus familiares que hacen que ella los recuerde tras un largo día de trabajo
“Mi esposo y mis hijos (tiene cuatro un joven de 20 años y tres niñas de 13, nueve y la más pequeña de seis) me hablan por teléfono todos los días. Ellos me dieron algunos objetos personales para que yo los tuviera en la camioneta; a lo mejor puede ser algo burdo, pero estás solo y miras esos pequeños detalles y como que te conectas, son cosas que te alientan, cosas simples pero muy importantes para la salud emocional y mental”.
Su familia y el amor hacia su trabajo es lo que la motiva a salir de su cuartel improvisado y ponerle frente a esta pandemia que cada día avanza con más fuerza en nuestro país.
Me motiva el amor a mi profesión, el amor a la vida. Las personas merecen una atención de calidad y con calidez”.
“Me motiva el amor a mi profesión, el amor a la vida. Yo amo la vida. Las personas merecen una atención de calidad y con calidez.
También me motiva mi familia porque mi trabajo es lo que nos ha mantenido unidos como familia; me motivan mis hijos, cada día me levanto por ellos; me motiva mi esposo porque es la persona más importante en mi vida, me siento privilegiada de que él esté en mi vida”.
Con esta motivación Silvia Rosas entra al campo de batalla. El tercer piso del Hospital General de Tijuana es la zona contaminada. Para acceder, necesita ponerse su armadura. Guantes quirúrgicos que llegan al antebrazo, overol impermeable blanco (sí, al más puro estilo de una zona radioactiva), lentes protectores que se pegan a sus pómulos, gorro quirúrgico y una careta de plástico que le cubre el rostro.
ilvia lo ve día a día. El coronavirus no es un juego. El coronavirus ya se ha llevado a 273 personas en México y más de 100 mil alrededor del mundo.
Todos los que estamos ahí sentimos ese miedo, te produce una sensación de pánico. Estás enfrentando a un gigante invisible que, lamentablemente, es ignorado por muchos”.
“Estamos haciendo nuestro mayor esfuerzo. Hay personal que todavía está más expuesto. El personal de batalla somos enfermería y médicos, pero pues hay camilleros, personas de limpia que, indirectamente, también están ahí expuestos. Todos los que estamos ahí sentimos ese miedo, te produce una sensación de pánico cuando llegas a esa área. Sabes que te estás enfrentando a un gigante invisible, que no sabes en qué momento te puede golpear, que ha golpeado a tantas personas y que, lamentablemente, como es invisible, es ignorado por muchos”.
Por esa razón, Silvia pide apoyo a la sociedad civil que si bien ha respondido otorgándole un cuarto de hotel para que pueda descansar cómo se debe, no es suficiente, pues la diferencia, además de todo el ejército de personal médico, la hacemos nosotros, los ciudadanos comunes.
uedándose en su casa. Si tienen que salir a algún lugar, a laborar, está bien, pero que mantengan las medidas de seguridad. No tiene caso que se arriesguen si no es necesario”.
Silvia Rosas terminará su descanso con su familia. A partir del lunes 13 de abril, se hospedará en el Gran Hotel Tijuana, donde espera tener la estrategia perfecta para derribar al gigante. Sin embargo, antes de retirarse, Silvia nos deja una reflexión.
No debemos convertirnos en estadística. La estadística es un número, pero ese número es un padre, una madre, un hijo, una persona que debía de estar con nosotros y que ya no está”.
“Hay que cuidarnos. No debemos convertirnos en estadística. La estadística es un número, pero ese número es un padre, una madre, un hijo, una persona que debía de estar con nosotros y que ya no está. Debemos ser más prudentes y cuidarnos todos juntos”.