Señitos, marchantes, güeritos, clientes, jefas, madrecitas: no hay alguien que se haya resistido a mirar los letreros de mercados de esta ciudad, cartulinas que derrochan ingenio para ofrecer cualquier tipo de productos. Así es el arte de este oficio legendario.
Entre el ir y venir de diableros que empujan a toda velocidad las pesadas cargas de frutas y verduras, alertando a punta de chiflidos a los despistados que se atraviesan por su paso, y en un rincón, entre las naves Q y R de la Central de Abasto, se encuentra Laura, pendiente de cada línea que traza sobre una cartulina amarilla.
“Por disposición oficial, ya no se darán bolsas hasta el 18 de enero”, se lee en el cartel al que Laura le da los últimos detalles con un corrector blanco, que utiliza para darle volumen a las letras.
Esta mujer, originaria de Nezahualcóyotl, Estado de México, es una de las pocas personas que se dedica a crear, diseñar y redactar los letreros de mercados, esos que le dan color a los puestos de frutas, verduras, taquerías y demás changarros chilangos.
Laura cuenta que lleva 27 años perfeccionando este arte, el cual aprendió de su expareja, quien fue uno de los primeros en introducir este oficio al mercado más grande de la CDMX: la Central de Abasto.
“Cuando llegué, empecé a practicar; mi pareja me dijo: ‘hazlo tú con periódico para no desperdiciar cartulina’, pero a los tres días ya estaba pintando cartulinas”, recuerda Laura de sus inicios.
Su jornada laboral comienza desde las 5:00 de la mañana, cuando se instala en su puesto ubicado en el pasillo 3, acomoda la mercancía y, casi de inmediato, saca el material que utiliza todos los días: cuatro marcadores, un corrector y las ya características cartulinas fluorescentes.
El arte de crear los letreros de mercados
La habilidad de Laura hace que su trabajo parezca algo sencillo: dos minutos le bastan para idear una frase, medir el espacio y trazar las abombadas letras. No utiliza regla, todo esta en su mente; sin embargo, se necesita más que buena caligrafía para lograr esta misión.
“Chulada”, “calidad”, “solo hoy”, “anímate”, “qué mejor precio”, “aquí es la Central” son algunas de las frases más usadas para atraer al cliente, explica Laura, aunque no faltan los letreros con groserías, doble sentido, albures y las clásicas frases chilangas como “más barato que en la Comer” o “Chicas con tanga no pagan”.
Laura se adapta a lo que cada cliente le pide, no importa si debe usar groserías o si es algo atrevido, eso sí, no se queda callada cuando hay que corregirles una que otra falta de ortografía.
“Hasta lleva H, ¿se la pongo?”, le señala a un comerciante de mamey que llega a solicitarle un letrero con una frase escrita en un pedazo de papel arrugado.
“Sí, póngaselo como va”, dice el cliente, quien, para evadir su error, comienza a quejarse de la prohibición de bolsas de plástico que entró en vigor en la CDMX hace unos días, pues asegura que la gente se resiste a traer sus propias bolsas.
Sin embargo, esta “letrista” ha sabido sacar provecho de esta nueva norma, ya que es el letrero más solicitado en estos días. También ha aprovechado para usar juegos de palabras y dejar a un lado las frases aburridas.
“DINO a las bolsas de plástico”, se lee en uno de los letreros de mercados, que va acompañado de un dibujo del perro de Los Picapiedra, una popular caricatura ochentera.
Hacer mercadotecnia con cartulinas es un negocio que está lejos de extinguirse: “En enero todo mundo se queja, pero aquí es vendible todo el año”, platica Laura.
Cada letrero tiene un costo de entre $15 y $25, dependiendo el tamaño del texto. En un día normal, Laura diseña hasta 60 de esos anuncios. Tiene clientes de toda la República, incluso hay comerciantes que vienen desde Guanajuato, Guerrero o Veracruz solo por sus letreros de mercados.
Aunque pasa más de 12 horas en su puesto, Laura no deja de hacerlo con gusto, lo que la ha llevado a convertir este arte en un negocio familiar, en el que participan sus hijos y yernos, además de ampliarlo con la venta de letreros hechos en serigrafía, lonas impresas y algunos artículos de papelería.
Basta con caminar por los pasillos de la Central de Abasto, cualquier mercado o tianguis chilango para ser atraído por el brillante color de una de estas cartulinas y soltar una risa discreta y hasta una carcajada, gracias a la frase que se puede leer, un arte que, sin duda, seguirá siendo parte de la identidad de la CDMX.