“Ya me traje a mi esposa y mis dos chavos, de menos para asegurar que puedan comer algo fuerte en el día”.
Jesús Tolentino y su familia han padecido hambre desde hace dos semanas, a partir de que la venta de dulces, chicles y cigarros ya no dio el dinero suficiente para comprar mercancía, mucho menos para desayunar y medio comer; la cena está descartada.
Jesús cuenta que hasta hace un mes, con su puesto de dulces y cigarros, había podido sobrevivir durante mucho tiempo. Ese negocio le había permitido levantar un cuartito para su esposa y sus dos hijos en Chalco, Estado de México.
Él viene de Puebla, del municipio Xicotlán, uno de los más pobres del estado; de sus padres no sabe nada. “Espero que estén bien, salí de allá hace siete años, tenía hambre también y veme ahora”, ríe.
Jesús trabaja en los alrededores del Centro Médico Nacional Siglo XXI, uno de los complejos que dispuso el Gobierno Federal para atender casos de COVID-19.
“Lorena no tenía necesidad de trabajar, hacía cositas, pero estaba dedicada a la casa y a Bere y Miguel, yo podía sacar para medio vivir, pero no teníamos hambre, ni esa preocupación”, relata mientras espera por una ración de comida, sentado, cargando a su hija dormida, en el Jardín “Ramón López Velarde”.
Su esposa está con Miguel en el crucero de la avenida José María Vertiz y el Eje 3 Doctor Ignacio Morones Prieto, ambos limpian vidrios; él lo hizo por la mañana, pero luego fue a formarse junto a otras 200 personas por un plato de comida.
El Come Móvil, un remolque que dispuso la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (Sibiso) del gobierno capitalino, se volvió un punto de esperanza para vendedores ambulantes como Jesús, adultos mayores que viven solos, desempleados e indigentes: todos buscan hacer, aunque sea, una comida al día para soportar lo múltiples estragos que la pandemia ha generado en sus hogares e ingresos.
“Mis hijos me dejaron hace mucho tiempo, antes podía salir a vender mis tejidos, pero nadie compra ahorita; aquí como desde hace un mes la comida está rica y sirven bien”, cuenta doña Estela mientras teje y se acomoda el cubrebocas.
Para ser uno de los beneficiarios de la ración de comida, doña Estela y Jesús tuvieron que llegar al remolque desde las 10:00 horas a recoger su ficha.
“Tengo la ficha 59 y Lorena la 60, vamos a comer bien hoy”, confía Jesús.
La comida se serviría hacia las 13:00 horas. El menú: arroz, frijoles y bisteces en chile verde con papas, un bolillo y agua de limón.
“Este es un programa permanente de la Sibiso, estamos en diversos puntos de la ciudad, como el Centro Médico, especialmente es para ayudar a la gente que tiene enfermos aquí, pero la pandemia lo cambió todo”, afirma Rosa, encargada de distribuir la comida.
Explica que el programa contempla distribuir 200 raciones de comida por cada remolque, pues el desempleo, el abandono y el hambre han hecho que la gente acuda a buscar algo de comer.
“Antes la gente que venía podía dobletear y regresábamos comida, pero desde que inició el coronavirus tenemos filas que se hacen cada día más grandes de gente que busca algo de comer. En este punto hemos tenido que aumentar la producción en 30 raciones, pero siguen viniendo, es triste que algunos se vayan sin nada”, lamenta Rosa.
Lo cierto es que los que no alcanzan ración, en su mayoría indigentes, reciben una parte del alimento de otros en la misma condición: algunos no quieren el pan o el arroz y lo distribuyen entre los que no alcanzaron.
“Aquí nadie se queda sin nada, de menos un bolillo yo, papi”, cuenta Tomás, limpiavidrios.
Jesús y Lorena pudieron comer, sus hijos también. Traían en los bolsillos 70 pesos, trabajarían unas horas más, volverían a Chalco y luego otra vez hasta la Roma Sur para volver a comer a las 13:00 horas el día siguiente.